Fundacion Alambique para la Poesía

HOMENAJE A CHICHO SANCHEZ FERLOSIO

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De Chicho

Lisi F. Prada

E

s un placer para mí poder presentaros este monográfico que la revista de poesía El Alambique dedica a rememorar la añorada presencia de nuestro querido Chicho Sánchez Ferlosio: casi diez años echándole en falta.

Cuando José Luis de la Vega a quien recordaba de los recitales en ‘la Manuela’—, me llamó para proponerme que colaborara con él y con el equipo de redacción de ‘El Alambique’ para imaginar y construir el posible contenido de este número seis de la revista, no dudé ni un instante: ‘sí hombre, sí, por Chicho lo que sea y con mucho gusto’. Esa misma respuesta fui recibiendo de cada uno de los colaboradores que participan en este festejo [siempre es festivo hablar de Chicho], pese a la escasez de tiempo disponible que implica la intensa dedicación a sus respectivas ocupaciones: Agustín García Calvo, Isabel Escudero, Jesús Munárriz, Poni Micharvegas, Moncho Alpuente, Octavio Colis, Máximo Pradera, Antonio Bueno, Inma Marcos, Joaquín Lledó, José Luis de la Vega... Mi agradecimiento desde aquí a todos ellos y también a Amancio Prada y a Alberto Pérez, que  siguen manteniendo vivas sus canciones en sus discos y recitales. Gracias también a los participantes con los que no contábamos en un principio y lean disculpas aquellos otros que, por un motivo u otro, están ausentes.

No me resulta fácil escribir sobre Chicho, aunque por muy distintos motivos—, raro es el día en que no pienso en él o con él. ¿Qué pensaría Chicho de esto o de lo otro? Así, he venido poniéndole al día de las cosas que vienen sucediendo ‘Ahí tienes a Agustín, defendiendo lo común e intentando esclarecer esta noche de la razón en pleno Sol’. Preguntándole, a veces ‘¿No es eso terrorismo de estado, Chicho?’. Llorándole, otras ‘pero, Chicho ¿no te parece del todo imposible que actúe así este/a hachedepé?’. O simplemente comentándole, ‘Mira, aquí envía Octavio la última viñeta del Sr. Morales [esa que perfila cada semana con Moncho], hay un FW interesante de Munárriz y otros tres de Poni’. Más de cuando en cuando, le leo lo que dicen Max, Amancio, Isabelita… o le digo que echo en falta la respuesta de Rosa, ahora tan lejos, o que viene Paco Cumpián y, gracias a eso, a lo mejor nos reunimos los viejos amigos. No conocería a ninguno de ellos si no fuera por Chicho.

También sigo recibiendo en el buzón grabaciones sin recopilar, publicaciones para mí desconocidas, solicitudes de permisos para editar alguna de sus canciones [se las reenvío a Rosa], correspondencia con otras personas interesadas en sus creaciones… y numerosas preguntas sobre dónde encontrar ‘aquel DVD’ que tras tanto esfuerzo nunca publicó la Fundación Autor, incumpliendo un contrato firmado en 2007 con el desaparecido Sello Autor que ni siquiera dejó registro alguno en su base de datos pese a haber anunciado la fecha de enero de 2009 para su difusión. ‘Como para recurrir a la Ley, la Ley, Chicho, o ponerse diariamente bajo la SGAE a cantarles unas coplillas, si no fuera que yo no entiendo ni quiero entender de gestiones legales y que a ti te trae al fresco tu propia memoria histórica’.

Matemático, músico, científico, inventor, programador, filósofo, corrector, lingüista, escritor, poeta, rapsoda, trovador, cantante, compositor, actor, viajero, vividor... A Chicho nunca le interesó su imagen, no era vanidoso; ni siquiera conservaba ninguno de sus discos [seguramente su faceta más conocida]: disfrutaba más regalándoselos a los amigos.

A Chicho no, porque él nunca se tomó en serio a sí mismo, pero a nosotros sí nos importa que permanezca en la memoria de lo común, de lo que merece la pena conocer y conservar. Es por eso que estamos aquí de nuevo recitando, contando y cantando.

Y al nombrarte, Chicho, conjuramos de nuevo por ti y contigo aquel: ¡Ay! qué desencanto, si se llevara el viento lo que yo canto.


 

De cháchara con Chicho

Agustín García Calvo

 

- A ver. Y ¿qué queréis hacer conmigo ahora?

- Pues…

- Ya: como no tengo ni fuerzas para escurrirme de vuestros manejos, aprovechar para aseguraros bien de que estoy difunto.

- ¡Hombre, Chicho, qué cosas dices! Difunto. Como si pudiera yo hacer contigo nada, cuando ni siquiera sé qué hacer conmigo.

- Pues ya podías ir aprendiendo los elementos, con la cara que se te va poniendo con los años, ¿no?

- Ah. Porque tú sigues contando años.

- No que yo sepa contarlos por mis dedos, pero es que me puede servir todavía un tablerillo que tengo aquí al lado para echar cuentas de esas cosas.

- ¿Cuáles?

- Ésas del tiempo. O ¿sigues todavía dándole vueltas a ver cómo te desenredas de sus redes?

- ¿Para eso te sirve ese tablerillo?

- Por lo menos, me dice que eso que a mí no me pasa (porque no puede), es a ti a quien le está pasando.

- ¿A mí?, venga, Chicho, no quieras ahora tomarme el pelo: ¿a mí que nunca me pasa nada de verdad, ni siquiera lo último ni lo primero?

- Pues será por eso. Y, en cambio, ¿a mí sí? ¿A mí me ha pasado todo lo que tenía que pasarme?

- Tal vez no, ya que sigues aquí dándome la lata y no te dejas…

- ¿Qué? ¿desaparecer?, ¿hacerme del todo la purita nada, como dicen los creyentes y los ateos?

- Quiera yo lo que quiera, eso, Chicho, tú sabes que no.

- ¿Que no qué?

- Eso de la pura nada.

- Ya: a lo mejor, porque tú no puedes ser todos ni todo.

- A lo mejor; pero, entonces, tampoco uno.

- Lo que no puedes, desde luego, es ser yo.

- No, no puedo.

- Pues ¡qué poquito puedes tú, maestro!

- Lo que me dejan los otros.

- ¿Lo que ellos no saben?

- Pues eso será.

- Pues eso.

 


 

 

 
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