Fundacion Alambique para la Poesía

HOMENAJE A RICARDO PASEYRO

E-mail Imprimir PDF

Ricardo Paseyro

Homenaje a Ricardo Paseyro para la misa en su memoria

Yves Roullière

Sin duda no soy la persona más autorizada para hablar de Ricardo, yo que solo he compartido su amistad durante ocho años. A petición de Anne-Marie, su esposa, hablaré de él en calidad de comentador y traductor de su obra, y recordando dos largas entrevistas que me concedió sobre poesía y sobre política, o lo que es lo mismo, sobre su propia vida.

Quisiera evocar simplemente, con unas pocas palabras, en esta capilla, lo que fue, a mi parecer, el recorrido espiritual de Ricardo.

Ricardo había nacido en 1925, en Mercedes (Uruguay). Hijo único de un padre descreído, masón, y de una madre ferviente católica. Ricardo, no obstante, no siguió ni la vía paterna ni la vía materna. A raíz de la muerte prematura de su padre (Ricardo tenía 12 años), rechazó la iniciación masónica a la que le invitaban los amigos de su padre; y tampoco recibió una educación católica, no siendo siquiera bautizado. No sorprende, pues, que desde la adolescencia, haya entrado en poesía lo mismo que otros entran en religión, y ello bajo el influjo del mayor poeta de Hispanoamérica, Rubén Darío, del que admiraba la “gran elevación espiritual”. Algo más tarde, Ricardo verá confirmada su vocación de poeta metafísico con la lectura de Juan Ramón Jiménez, poeta espiritualista, y de Miguel de Unamuno, “hombre espiritual, hombre del espíritu por excelencia”, como le definía él mismo.

Su primer encuentro personal con un autor importante tuvo lugar, a fi-nales de los años cuarenta (Ricardo tenía veinte años), con el gran ensayis-ta español José Bergamín, exiliado en Uruguay en aquel momento. Ber-gamín, como dice Ricardo, “era católico, cercano a los comunistas y gran aficionado a las corridas de toros, todo ello muy mal visto en Montevi-deo”. Pero Bergamín fue ante todo su verdadero iniciador en los grandes poetas y dramaturgos del Siglo de Oro, a los que presentaba como autores vivos. Él fue también el primero en ponderar el mérito del primer libro de poemas de Ricardo, Plegaria por las cosas, titulo a todas luces revelador de su deseo de unificación entre panteísmo y espiritualismo. Ese deseo de unificación ya no le abandonará nunca.

Paso deprisa por su adhesión al Partido Comunista (duró alrededor de cuatro años), que, en el caso de Ricardo, no debe ser entendida como la adhesión a un sucedáneo de la religión, sino como reacción a la mentalidad ultraconservadora, peronista, incluso pro-nazi, que reinaba entonces por el Río de la Plata. Esa adhesión le sirvió, no obstante, para viajar a Europa, al Congreso de la Paz, en 1949, lo que tuvo al menos dos consecuencias importantes para él: un anticomunismo visceral y una irreductible europeofilia.

Tras su matrimonio, en 1953, con Anne-Marie Supervielle, católica practicante, y su instalación definitiva en París, Ricardo conoció un corto periodo de intenso interés por la cultura budista, particularmente bajo la influencia de Santayana (que acabó de capellán en Roma). En El costado del fuego describe incluso un “éxtasis” que tuvo lugar en Roma: fue el único que conoció, decía, y lo tradujo su amigo poeta y anarco-católico, Armand Robin, con el título de “La colline” [“Colina callada”]. Después, simultáneamente con su descubrimiento de España, se impregnó de la poesía mística de santa Teresa, fray Luis de León, pero sobre todo de Juan de la Cruz: esa mística negativa, y no menos sensual, convenía bien a este “animal nocturno” que fue toda su vida Ricardo. Música para búhos, escrito ente 1956 y 1959, es un buen testimonio de esa impregnación.

A este periodo le sucedió una poesía marcada por una espiritualidad, in-cluso una mística panteísta escrita aprovechando las travesías por mar. Pienso, por supuesto, en En la alta mar del aire y Mortal amor de la batalla. Curiosamente, es exaltando los elementos (mar, aire, viento, luz...) como Ricardo comenzó a interpelar al que él llamaba Dios. Hasta esos últimos poemas, esa interpelación será siempre ya respetuosa, temerosa, ya por naturaleza burlona, como para mantenerse a distancia de todo acto de fe.

Paralelamente, preparó un libro de ensayos titulado Poesía, poetas y anti-poetas, el cual, ironías del destino, aparece hoy mismo en España.  Su en-sayo más célebre es sin duda alguna, “La palabra muerta de Pablo Neru-da”, donde ataca al autor chileno, no tanto a causa de su mediocridad de versificador sino a causa de su espíritu mediocre, del que, además, Neruda alardeaba. Porque Ricardo era lo contrario de un versificador profesional, y esa es la razón por la que dejó de escribir poesía entre 1965 y alrededor de 1978: la inspiración, en efecto, ya no le llegaba, y hubiese sido sacrílego forzarla (mido palabras).

A partir de esa época, a partir del momento en que se mantuvo más apartado de su pasión voraz por la política, se consagró de nuevo a la de-fensa de la poesía, tomando partido por Solzhenitsin, ese hombre que vivía en poeta y que, en 1976, fue tan mal recibido en Francia como en España (me estoy refiriendo aquí a España en la cuerda floja); en su admirable Jules Supervielle, le forçat volontaire, publicado en 1987, no solo hace la biografía de su suegro, sino el elogio de un hombre que vivió también íntegramente en poeta, y que en eso fue un modelo para Ricardo; en el Éloge de l’analphabétisme à l’usage des faux lettrés, en 1989, defendió de alguna manera el Espíritu contra la Letra, Letra representada según él por los conocimientos vagos y los discursos uniformizados de la UNESCO y de los estructuralistas franceses, todopoderosos en aquel momento.

Sin embargo, es a la poesía misma a la que se consagró, sobre todo hasta 2007, fecha de sus últimos poemas. Los títulos de sus poemarios dicen mucho del alcance espiritual, metafísico, de su poesía: El alma dividida, Para enfrentar al ángel, Ajedrez, El mar, Nubes, y el último, todavía inédito: Arcos y flechas. En este sentido, muchas veces hice rabiar a Ricardo a cuenta de que, en estos últimos años, su obra había sido publicada en Francia, en España e incluso en Argentina, por editores que sin ocultar en modo alguno su fe cristiana (católica, ortodoxa e incluso protestante), se reconocían en su obra.
Pero –y con esto termino– hay una palabra que Ricardo utilizaba con un extremo pudor, o con matices irónicos, como si fuera inaccesible para él: la palabra amor. Sin embargo, es la que nos viene a la mente cuando leemos uno de sus más bellos poemas. Lleva por título el nombre de su esposa.

Mírame en el instante en que me muera
y mírame sin llanto: que tus ojos
–nacidos en las fuentes de los cielos–
protejan con su luz el alma mía
para darme la gracia que no tuve.
Muerto, seré la imagen que tú quieras:
tú me cobijarás en tus pupilas
y así podré ganar el paraíso.
         
Y. R.
(Capilla del Père-Lachaise, 10 de febrero de 2009)
Traducción: Luis Valdesueiro

 
You are here: Home PUBLICACIONES REVISTA EL ALAMBIQUE Número 1 - mayo/octubre 2010 Homenaje a Ricardo Paseyro